Pierre Schaeffer:
Mi
composición vacila entre dos partidos: secuencias dramáticas y
secuencias musicales. La secuencia dramática compromete a la
imaginación. Se asiste a acontecimientos: salida, parada. Se ve. La
locomotora se desplaza, la vía está desierta o atravesada. La
máquina sufre, sopla… antropomorfismo. Todo eso es lo contrario de
la música. No obstante, he conseguido aislar un ritmo, y a oponerlo
a sí mismo en un color sonoro diferente. […] Ese ritmo puede muy
bien permanecer largo tiempo sin cambio. Se crea así una especie de
identidad y su repetición hace olvidar que se trata de un tren.
¿Tenemos
ahí una secuencia que podemos calificar de musical? Si extraigo un
elemento sonoro cualquiera y lo repito sin ocuparme de su forma, pero
haciendo variar su materia, anulo prácticamente esa forma, pierde su
significación: sólo su variación de materia emerge, y con ella el
fenómeno musical.
Todo
fenómeno sonoro puede pues ser tomado (como las palabras de un
lenguaje) por su significación relativa o por su sustancia propia.
En tanto que predomine la significación, y que se juegue sobre ella,
hay literatura y no música. ¿Pero cómo es posible olvidar la
significación, aislarla en sí del fenómeno sonoro?
Dos
operaciones son previas:
Distinguir
un elemento (escucharlo en sí, por su textura, su materia, su
color).
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